viernes, 24 de mayo de 2013

Principios de nuestra Semana Santa. Capitulo tres




La Semana Santa de las primeras décadas de la centuria decimonona es, en comparación a la del siglo precedente, distinta en muchos aspectos. Será menos cargada de ritualismos, más espontánea y popular. En primer lugar habrá una participación menor de hermandades, algunas existentes en el siglo pasado a comienzo del XIX se habrán extinguido: la Concepción del Convento de Regina, la Antigua y Siete Dolores del convento de San Pablo, la del Santísimo Cristo de San Agustín, la de la Presentación y otras más.; otras se encontrarán en franca decadencia, como la Hermandad de los Negritos o la cofradía de las Siete Palabras. Otras, saldrán de penitencia de forma aislada, tan sólo en contadas. Entre las cofradías que hicieron su estación de penitencia en mayor número de ocasiones en este primer tercio de siglo cabe señalar las de Jesús Nazareno, Gran Poder y Esperanza de San Gil y de forma más continuada las de la Sagrada Mortaja, Exaltación y Expiración de la Merced. Con motivo de la guerra de la Independencia, las Cofradías pierden sus enseres en la que brillaba una gran riqueza y calidad artística, imágenes y Hermandades al extinguirse Iglesias donde estaban radicadas canónicamente, al ser cerradas y expoliadas por los franceses.



Don José Velázquez y Sánchez, en su libro Anales de Sevilla de 1800 a 1850, tratando el año 1810, escribe En las solemnidades de la semana mayor hubo en este año excepcional novedades fáciles de concebir recordando el embarque de plata y riquezas artísticas del cabildo, fábricas parroquiales, hermandades, cofradías y comunidades religiosas. En la Catedral faltaron palmas para la procesión del Domingo de Ramos por la situación de las provincias de Granada y Murcia que las solían suministrar otros años; utilizándose las ramas de olivo y haciéndose la procesión por últimas naves, y sin salir por las gradas de la santa Iglesia, para evitar los continuos alardes de irreverente menosprecio de los soldados del usurpador, que tenían a gala atravesar las filas sin descubrirse, provocando el enojo de nuestro pueblo con aquellas insolentes demostraciones.

No colocándose el Monumento, se puso en el altar del trascoro, bajo el dosel de la fiesta del Corpus y sobre gradas, la custodia de la parroquia del Sagrario con el arca de la hermandad del santísimo Sacramento de San Isidoro, con candeleros de plata y los hacheros de varias parroquias y conventos extinguidos; rodeándose aquel espacio con las rejas doradas del ostentoso Monumento.

Por el estado anormal de la población, sojuzgada por las tropas imperiales mas no conforme con su dominio, ni hubo truenos en la Pasión y rasgadura de los velos del altar, ni se cantó en Miserere en las noches de miércoles y jueves santos, cerrándose los templos a la oración.

La escasez de cera contribuyó a disminuir el número ordinario de luces en los sagrarios de estación de jueves y viernes santos, reduciendo el Ilmo. Cabildo por esta causa a un cirio de cien libras el enorme pascual, que se bendice y coloca el sábado santo en la capilla mayor. La corte se hizo esperar más de media hora el jueves para la procesión al Monumento, agraciándose con la llave del arca al señor Aranza, comisario regio de Andalucía.



En cuanto a cofradías de penitencia y de luz, todas habían acordado no hacer estación; disculpando este acuerdo con motivos plausibles, y algunos reales que ocultaban el verdadero móvil de su resolución unánime, en odio al gobierno intruso José Bonaparte, excitada su curiosidad por la descripción que se le había hecho de las procesiones de Sevilla, indicó a las autoridades que gustaría de ver algunas, y se previno a todas que deliberasen en nuevo cabildo sobre el particular, comunicando la determinación a la Prefectura para lo que procediera; pero a pesar de la intimación sólo tres se prestaron a la salida en la tarde del viernes santo: la del Prendimiento de Cristo, de Santa Lucía, la del Gran Poder, de San Lorenzo, y la de las Tres Necesidades, de su capilla propia al sitio de la carretería. La primera y tercera llevaron su ordinario cuerpo de nazarenos penitentes, y la segunda convite de gala y duelo; pero el nuevo rey, que había mostrado afán por estas procesiones, no salió del Alcázar, aunque ambos cabildos le habían dispuesto sitios de preferencia en el vestíbulo de las casas consistoriales y en el atrio de la puerta del Colegio de san Miguel.

En la visita de Sagrarios de la corte se recorrieron los de la catedral, Salvador, San Miguel, san Vicente y la Magdalena, estando acordonada la tropa en la estación, y en cada parroquia dejó el tesorero una limosna de cuantía para los indigentes de las enunciadas collaciones. En 1.811, tan sólo fueron dos: la de la Entrada en Jerusalén y la de la Quinta Angustia. Al año siguiente no salió ninguna cofradía. El año 1812 no salieron las Cofradías, por la presencia de los franceses En 1.813 volvió a recuperarse la Semana Santa con la estación penitencial de nueve hermandades, contando con una amplia participación en la Madrugada del Viernes Santo. El Jefe Político de esta Ciudad D. Tomás Moreno Daoiz, dicta el 27 de marzo de 1820 un Edicto en el que manda se suprimieran las Cofradías en la madrugada del Viernes Santo y el que saliesen estas al romper el alba, y que las otras deberían recogerse a las oraciones, que los cofrades llevasen los rostros descubiertos, sin túnicas ni capirotes. Con motivo de esta disposición, 1as Hermandades que tenían que reunirse en la Capilla de las Doncellas en Cabildo de Toma de Horas, no lo hicieron por negarse a exhibirse por las calles de la manera expuesta. Las disposiciones del Edicto agravóse el siguiente año de 1821, en el que se prohibía por las Constituciones las procesiones de Semana Santa. En 1822, siendo Alcalde de la Ciudad D. Feliz Marín Hidalgo, dio a conocer a las Hermandades, que por Orden Superior, estas no podían salir si no acataban lo ordenado y vigente de 1820. Estas Corporaciones se reunieron y como no se ponían de acuerdo, invitaron a Fr. Juan Mateo Sánchez del Convento de San Antonio, para que predicase un sermón de Pasión, verificándolo el 31 de Marzo, Domingo de Ramos, en la Parroquia de San Miguel. De esta manera, siguieron las Hermandades en años sucesivos, sin hacer estación de penitencia, hasta el año 1828 que volvió a renacer la calma política.





Un acontecimiento relevante tiene lugar en 1830 en que viene por primera vez al Templo Metropolitano una Cofradía de Triana, la de la Hermandad de Ntra. Sra. de la O, que hasta entonces hacía estación de penitencia a la Real Parroquia de la “Señá Santana”. Y en 1851 pasan por última vez las Cofradías de Triana por el puente de Barcas, que lo haría la de Ntra. Sra. de la Esperanza, ya que al siguiente estaría abierto el nuevo de hierro, aunque no lo utilizarían, por no haber hecho estación ninguna de las de este populoso barrio. Las políticas desamortizadoras y de exclaustración, la propia política convulsiva general del país, mantienen a nuestras Cofradías en un clima de postración, que sólo se verán renacer a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

En el año 1831 año sale solamente una sola Cofradía en estación de penitencia a la Catedral, la de la Hdad. de la Amargura, con sus cofrades vestidos de traje de serio. Se suprimen en 1835 los Tribunales o “palquillos”que, desde 1777, se colocaban en los cruces de las calles de Cerrajería y Entrecárceles, con la de Sierpes. Hasta 1843 el Cabildo de Toma de Horas se celebraba en la Capilla de las Doncellas, de la Catedral, pero ante el bullicio y las discusiones entre los representantes de las Hermandades de Pasión y de las Tres Caídas, de San Isidoro, en años anteriores, se trasladó su Asamblea a la Sala del Antecabildo. Hasta el año1879, el Cabildo de Toma de Horas, se celebraba el Martes Santo. Al año siguiente se fija asimismo la celebración del Cabildo de Toma de Horas, a la víspera del Sábado de Pasión. La llegada y estancia de los Duques de Montpensier en mayo de 1.848 vino a potenciar e imprimir nuevos aires a la Semana Santa. Desde su llegada a la capital andaluza aparecerán ya los primeros síntomas indicativos del cambio que se operará a diversos niveles en Sevilla. Casi al año de residir los Duques en nuestra ciudad, serán recibidos como hermanos protectores por la hermandad del Gran Poder y dos años después por las de la Quinta Angustia, Carretería y Montserrat.



En 1849 se acuerda por todas las Cofradías salir en esta Semana Santa sin Bandas de Música, por el excesivo precio que pedían por su asistencia a las procesiones. En 1850 salen por vez primera Cofradías en la tarde del Lunes Santo, la de la Hermandad de la Amargura. Durante los años de la Restauración hasta la primera década del siglo XX, nuestras Hermandades, aunque a duras penas, conocen un período de auge que confirman los precedentes favorables iniciados en décadas anteriores.

En 1.865 el periódico El Provenir, en su crónica del Domingo de Ramos estimaba que más de 40.000 extranjeros habían llegado a nuestra capital para pasar estos días de Semana Santa. Con el establecimiento de las Juntas Revolucionarias en la Nación, se pierden muchas Cofradías y enseres procesionales. Desde la Semana Santa de 1869 viene el origen de las subvenciones a las Cofradías. Enterado el Gobierno de la Nación, que en Sevilla no saldrían las procesiones de penitencia y entendiendo que sería un mal local, mandó al Gobernador una orden terminante para que salieran las mismas, costase lo que costase. Formó dicha autoridad civil, una Comisión y dando cargo de todo al Sacristán de San Pablo (Magdalena), Joaquín Santa Cruz, quién se entendió a su vez con los Mayordomos de las Cofradías, para entregarles las cantidades que pedían y poder sacar los pasos a las calles

Salen en este año de 1873, solo tres Cofradías, ante los disturbios de las luchas de los Cantonales, y que fueron las Hermandades de las Siete Palabras, Azotes y Columna y la de la Sentencia. Se colocan en esta Semana Santa de 1874 por primera vez, los palcos en la Plaza de San Francisco, debido a la iniciativa del Alcalde de la Ciudad D. José M. Ibarra. Antes solo se colocaban sillas que se alquilaban, para sacar fondos para las Hermandades. Tres años después se constata la presencia a las procesiones de Semana Santa desde los palcos de la Plaza de San Francisco de S. M. el Rey Don Alfonso XII y su Egregia familia, como asimismo en la tarde del Viernes Santo, acompaña desde este lugar a la Catedral la procesión del Santo Entierro, esta augusta familia.
El Martes Santo se inaugura por primera vez en 1875: con la Hermandad de la Sagrada Lanzada, repitiéndolo asimismo esta corporación en los años 1876 y 1877. A causa del hundimiento del cimborrio de la Catedral en 1889 y por estar este templo en obras, las Cofradías no entran en su sagrado recinto, colocándose delante de la puerta principal un altar portátil, ante el cual pasan las procesiones.
El siglo concluye con un nuevo reconocimiento oficial. La Sgda. Congregación de Indulgencias dio con esta fecha 25 de agosto de 1897 la siguiente definición que admitió el Código vigente de derecho canónico (Can. 707) Cofradías o Hermandades son aquellas Asociaciones de fieles, principalmente seglares, canónicamente instituidas y gobernadas por el superior eclesiástico competente para promover la vida cristiana por medio de especiales obras buenas, ya de culto divino, ya de caridad para con el prójimo constituidas con cierta jerarquía interior a modo de cuerpo orgánico, con hábito propio (Pastoral C Segura 7-3-1938).



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