La cultura de la Muerte y el más allá

 

Las catacumbas


Las catacumbas son los antiguos cementerios subterráneos usados durante algún tiempo por las comunidades cristianas y hebreas, sobre todo en Roma. Las catacumbas cristianas, que son las más numerosas, tuvieron sus comienzos en el siglo segundo y sus ampliaciones continuaron hasta la primera mitad del quinto.
En su origen fueron sólo lugar de sepultura. Los cristianos se reunían en ellas para celebrar los ritos de los funerales y los aniversarios de los mártires y de los difuntos.
Durante las persecuciones sirvieron, en casos excepcionales, como lugar de refugio momentáneo para la celebración de la Eucaristía.
Terminadas las persecuciones, las catacumbas se convirtieron, sobre todo en tiempo del papa San Dámaso I (366-384), en verdaderos santuarios de los mártires, centros de devoción y de peregrinación desde todas las partes del imperio romano.

En aquel tiempo también había cementerios al aire libre en Roma, pero los cristianos, por diferentes razones, prefirieron los subterráneos. Ante todo, los cristianos rechazaban la costumbre pagana de la incineración de los cuerpos. Siguiendo el ejemplo de la sepultura de Jesús, preferían la inhumación, por un sentido de respeto hacia el cuerpo destinado un día a la resurrección de los muertos.
 
Este sentimiento tan vivo de los cristianos creó un problema de espacio, problema que influyó poderosamente en la ampliación de las catacumbas. Como los primeros cristianos eran en su mayoría pobres, esta forma de sepultura fue decisiva.
Hubo otros motivos que llevaron a la elección de las excavaciones subterráneas. En los cristianos se vivía de un modo muy fuerte el sentido de la comunidad: deseaban encontrarse juntos también en el "sueño de la muerte". Además, estos lugares apartados permitían, especialmente durante las persecuciones, reuniones comunitarias reservadas y discretas y permitían el uso libre de los símbolos cristianos.
De acuerdo con la ley romana, que prohibía la sepultura de los difuntos dentro de los muros de la ciudad, todas las catacumbas están situadas a lo largo de las grandes vías consulares y, generalmente, en las zonas de los suburbios de aquel tiempo.
Durante el primer siglo, los cristianos de Roma no tuvieron cementerios propios. Si poseían terrenos, enterraban en ellos a sus muertos. Si no, recurrían a los cementerios comunes que usaban también los paganos. Por este motivo, San Pedro fue enterrado en la "necrópolis" (ciudad de los muertos) de la Colina Vaticana, abierta a todos; del mismo modo, San Pablo fue sepultado en una necrópolis de la Vía Ostiense.
 
En la primera mitad del siglo segundo, después de tener algunas concesiones y donaciones, los cristianos empezaron a enterrar a sus muertos bajo tierra. Y así comenzaron las catacumbas. Muchas de ellas se excavaron y se ampliaron alrededor de los sepulcros de familias cuyos propietarios, recién convertidos, no los reservaron sólo para los suyos, sino que los abrieron a sus hermanos en la fe. Andando el tiempo, las áreas funerarias se ensancharon, a veces por iniciativa de la misma Iglesia. Es típico el caso de las catacumbas de San Calixto: la Iglesia asumió directamente su administración y organización, con carácter comunitario.
Con el edicto de Milán, promulgado por los emperadores Constantino y Licinio en febrero del año 313, los cristianos dejaron de sufrir persecución. Podían profesar su fe libremente, construir lugares de culto e iglesias dentro y fuera de las murallas de la ciudad y comprar lotes de tierra sin peligro de que se les confiscasen. Sin embargo, las catacumbas siguieron funcionando como cementerios regulares hasta el principio del siglo V, cuando la Iglesia volvió a enterrar exclusivamente en la superficie y en las basílicas dedicadas a mártires importantes.
Cuando los bárbaros (Godos y Longobardos) invadieron Italia y bajaron a Roma, destruyeron sistemáticamente muchos de sus monumentos y saquearon muchos lugares, incluidas las catacumbas. Impotentes frente a tales devastaciones, que se realizaron repetidamente, hacia la mitad del siglo VIII y el comienzo del IX los papas hicieron trasladar las reliquias de los mártires y de los santos a las iglesias de la ciudad, por razones de seguridad.
 
Una vez realizado el traslado de las reliquias, no se volvieron a visitar las catacumbas y se abandonaron totalmente, excepto las de San Sebastián, San Lorenzo y San Pancracio. Con el tiempo, materiales de desprendimientos y la vegetación obstruyeron y escondieron las entradas de las demás, hasta el punto de que se perdió su rastro. Y durante toda la Edad Media se ignoró dónde se encontraban.
La exploración y el estudio científico de las catacumbas empezaron, siglos más tarde, con Antonio Bosio (1575-1629), llamado el "Colón de la Roma subterránea". Y en el siglo pasado, Juan Bautista de Rossi (1822-1894), considerado el fundador y padre de la Arqueología Cristiana, realizó la exploración sistemática de las catacumbas, especialmente de las de San Calixto.
Las catacumbas están formadas por galerías subterráneas, que parecen verdaderos laberintos y que en conjunto alcanzan a medir muchos kilómetros. En las paredes de toba de este intrincado sistema de galerías se excavaron filas de nichos rectangulares, llamados lóculos, de diferentes dimensiones, capaces de albergar un solo cadáver, aunque no era raro que contuviesen dos o más.
 
La sepultura de los primeros cristianos era muy sencilla y pobre. Siguiendo el ejemplo de la de Cristo, se envolvían los cadáveres en una sábana o lienzo, sin ataúd. Los lóculos se cerraban después con lápidas de mármol o, en la mayor parte de los casos, con piezas de barro cocido y se fijaban con argamasa. Sobre la tapa se grababa a veces el nombre del difunto, con un símbolo cristiano o el deseo de paz en el cielo. Con frecuencia se ponían junto a las tumbas lámparas de aceite o redomas con perfumes.
Por su colocación en filas superpuestas, las tumbas daban la idea de un gran dormitorio, llamado cementerio, término de origen griego que significa "lugar de descanso". De este modo, los cristianos querían afirmar su fe en la resurrección de los cuerpos. Además de los lóculos, había otras clases de tumbas: el arcosolio, el sarcófago, la forma, el cubículo y la cripta.
El arcosolio, una tumba típica de los siglos tercero y cuarto, es un nicho mucho más grande con un arco encima. La lápida de mármol se ponía horizontalmente. Generalmente el arcosolio servía de tumba a toda una familia.
El sarcófago es un sepulcro de piedra o de mármol, ordinariamente adornado con esculturas en relieve o con inscripciones.
La forma es una tumba excavada en el suelo de las criptas, de los cubículos o de las galerías. Numerosas formas se encuentran junto a las tumbas de los mártires.
Los cubículos (el término significa "cuartos de dormir") eran pequeñas piezas, verdaderas tumbas de familia, con capacidad para varios lóculos. El uso de una tumba de familia no era un privilegio reservado a los ricos. Los cubículos y los arcosolios estaban con frecuencia decorados con frescos que tomaban escenas bíblicas y reproducían los temas del Bautismo, la Eucaristía y la Resurrección, simbolizada con el ciclo de Jonás.
La cripta es una pieza más grande. En tiempos del papa San Dámaso, muchas tumbas de mártires se transformaron en criptas, es decir, en pequeñas iglesias subterráneas, embellecidas con pinturas, mosaicos y otros tipos de decoración.
Las catacumbas eran tarea exclusiva de una asociación especializada de trabajadores llamados "fossores" (excavadores). Excavaban una galería tras otra a la débil luz de sus lámparas y para llevar la tierra a la superficie se servían de cestos o sacos que hacían pasar a través de los lucernarios, que se habían abierto en la bóveda del techo de las criptas, de los cubículos o a lo largo de las galerías. Los lucernarios eran grandes pozos que llegaban hasta la superficie. Cuando concluía el trabajo de excavación, los lucernarios quedaban abiertos al aire y la luz como conductos de ventilación e iluminación.
 
Los antiguos cristianos no usaban el término de "catacumba". La palabra es de origen griego y significa "cavidad", "cuenca". Los Romanos llamaban así a una localidad de la Vía Appia, en la que se encontraban canteras para la extracción de los bloques de toba. Allí cerca se excavaron las catacumbas de San Sebastián. En el siglo IX el término se extendió a todos los cementerios con el significado específico de cementerios subterráneos.
Los primeros cristianos vivían en medio de una sociedad mayoritariamente pagana y hostil. Desde la persecución de Nerón (64 después de Cristo) se consideraba que su religión era "una superstición extraña e ilegal". Los paganos desconfiaban de los cristianos y se mantenían a distancia, sospechaban de ellos y los acusaban de los peores delitos. Los perseguían, los encarcelaban y los condenaban al destierro o a la muerte.
Como no podían profesar abiertamente su fe, los cristianos se valían de símbolos que pintaban en los muros de las catacumbas y, con mayor frecuencia, grababan en las lápidas de mármol que cerraban las tumbas.
Como a todos los antiguos, a los cristianos les agradaba mucho el simbolismo. Los símbolos expresaban visiblemente su fe. El término "símbolo" se aplica a un signo concreto o a una figura que, de acuerdo con la intención del autor, evoca una idea o una realidad espiritual. Los símbolos más importantes son el Buen Pastor, el "orante", el monograma de Cristo y el pez.
El Buen Pastor con la oveja sobre los hombros representa a Cristo salvador y al alma que ha salvado. Este símbolo se encuentra con frecuencia en los frescos, en los relieves de los sarcófagos, en las estatuas, así como grabado sobre las tumbas.
El orante: esta figura, representada con los brazos abiertos, es símbolo del alma que vive ya en la paz divina.
El monograma de Cristo está formado por dos letras del alfabeto griego: la X (ji) y la P (ro) superpuestas. Son las dos primeras letras de la palabra griega "Christòs" (Jristós), es decir, Cristo. Este monograma, puesto en una tumba, indicaba que el difunto era cristiano.
El pez. En griego se dice "IXTHYS" (Ijzýs). Puestas en vertical, estas letras forman un acróstico: "Iesús Jristós, Zeú Yiós, Sotér" = Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. Acróstico es una palabra griega que significa la primera letra de cada línea o párrafo. Es un símbolo muy difundido de Cristo, emblema y compendio de la fe cristiana.

Otros símbolos son la paloma, el Alfa y la Omega, el ancla, el ave fénix, etc.
La paloma con el ramo de olivo en el pico es símbolo del alma en la paz divina.
El Alfa y la Omega son la primera y la última letra del alfabeto griego. Significan que Cristo es el principio y el fin de todas las cosas.
El ancla es el símbolo de la salvación, símbolo del alma que ha alcanzado felizmente el puerto de la eternidad.
El ave fénix, ave mítica de Arabia que, según creían los antiguos, renace de sus cenizas después de un determinado número de siglos, es el símbolo de la resurrección.
Los símbolos y los frescos son como un Evangelio en miniatura, una síntesis de la fe cristiana.
En Roma hay más de sesenta catacumbas, con cientos de kilómetros de galerías y decenas de miles de tumbas. También hay catacumbas en Chiusi, Bolsena, Nápoles, Sicilia oriental y Africa del Norte.
El sistema de excavación subterránea no lo inventaron los cristianos ni lo causaron las persecuciones. Las catacumbas eran simplemente cementerios colectivos cristianos, excavados en la profundidad de la tierra.
Los cristianos adoptaron la técnica de la excavación que ya existía y la desarrollaron en gran escala con una vasta red de galerías en niveles superpuestos. Esta fue la solución para los problemas del entierro para una gran comunidad con un número creciente de miembros. El rápido y enorme desarrollo de algunas catacumbas se explica con el culto de los mártires que se sepultaban en ellas, porque muchos cristianos insistían en tener una tumba cerca de los venerados sepulcros, para asegurarse su protección.
Las catacumbas, por la importancia que encierran, reciben hoy la visita de miles de peregrinos de todas las partes del mundo. Por su precioso patrimonio de pinturas, inscripciones, esculturas, etc., son consideradas auténticos archivos de la Iglesia primitiva, que documentan los usos y costumbres, los ritos y la doctrina cristiana como se entendía, se enseñaba y se practicaba entonces.
Los primeros cristianos no sepultaron su fe y su vida bajo tierra, sino que vivieron la vida común del pueblo en la familia, en la sociedad, en todos los trabajos, empleos y profesiones. Dieron testimonio de su fe en todas partes, pero fue en las catacumbas donde aquellos heroicos cristianos encontraron la fuerza y el apoyo para afrontar las pruebas y las persecuciones, mientras oraban al Señor e invocaban la intercesión de los mártires.
Los cristianos de los primeros tiempos dieron un maravilloso testimonio de Cristo, muchos de ellos hasta el derramamiento de la sangre, de modo que su martirio se convirtió en un distintivo glorioso de la Iglesia.
A pesar del hecho de que las catacumbas no son, después de todo, más que cementerios, hablan a la mente y al corazón de los que las visitan con un lenguaje silencioso y eficaz. En las catacumbas todo habla de vida más que de muerte. Cada galería, cada símbolo o pintura que se encuentra, cada inscripción que se lee, hace revivir el pasado y ofrece un claro mensaje de fe y de testimonio cristiano.

La muerte, y el respeto que nos causa


Los romanos no colocaban las tumbas en un lugar tranquilo y solitario, sino a orillas de las calzadas a la salida de las ciudades, donde los transeúntes podían contemplarlas y admirarlas. En Pompeya todavía podemos contemplar las tumbas a lo largo de las calzadas que salían hacia el norte desde la Puerta de Herculano y hacia el sur desde la de Nuceria.
Algunas eran grandiosas e impresionantes y parecían casas en pequeño; otras eran mucho más sencillas. Era una costumbre corriente decorarlas con guirnaldas de flores y colocar ofrendas de vino y comida delante de ellas.
El que enterraran a los muertos en las orillas de sus concurridas calzadas, en lugar de en cementerios tranquilos, no era por parte de los romanos una muestra de falta de respeto hacia aquéllos. Al contrario, creían que, si los muertos no eran debidamente enterrados y cuidados, sus espíritus se les aparecerían y les llegarían a causar daños. Era muy importante proporcionar al difunto una tumba o un sepulcro, donde su espíritu pudiera tener una morada. Pero también se pensaba que el muerto quería estar cerca de los vivos. Hay una tumba que tiene una inscripción: "Veo y contemplo a todo el que va y viene de la ciudad", y otra que dice: "Lolio ha sido colocado al borde del camino para que todos los transeúntes puedan decirle 'Buenos días, Lolio'".
Se creía que su actividad vital continuaba en cierta manera y por tanto había que abastecerlo de las cosas que necesitara. Un cazador querría tener su lanza, un agricultor sus aperos, y una mujer su huso. Si el muerto era inhumado, sus objetos personales eran enterrados con él; si era incinerado, se quemaban también con él.
Un escritor griego llamado Luciano cuenta la historia de un marido que había quemado en una pira funeraria todas las joyas y todos los vestidos de su esposa difunta, para que los pudiera tener consigo en el otro mundo. Una semana más tarde, cuando estaba intentando consolarse con la lectura de un libro sobre la vida en el más allá, se le apareció el espectro de su esposa. Ésta comenzó a reprocharle que no hubiera incinerado una de sus sandalias doradas, que, según decía ella, estaba debajo de un cofre. El perro de la familia comenzó a ladrar y entonces el espíritu desapareció. El marido miró debajo del cofre, halló la sandalia y la quemó.
Se pensaba también que los espíritus de los muertos tenían hambre y sed y por tanto había que proporcionarles bebida y comida. En la tumba se colocaban con regularidad ofrendas de huevos, judías, lentejas y vino. A veces se abrían agujeros en las tumbas para poder echar vino dentro. Se ofrecía vino porque era un sustituto apropiado de la sangre, la bebida favorita de los muertos. No obstante, durante el funeral y en ocasiones especiales se sacrificaban animales y se hacía una ofrenda con sangre.
Con todo, se pensaba que a pesar de esas tentativas por cuidar de ellos, los muertos no llevaban una existencia muy feliz. Para ayudarles a olvidarse de esa infelicidad, sus tumbas se adornaban frecuentemente de flores o eran rodeadas de jardincillos, costumbre que ha perdurado hasta nuestros días, aunque haya cambiado su significado original. Con éste mismo fin, la familia y los amigos del difunto celebraban un banquete después del funeral y en el aniversario de su muerte. Unas veces estos banquetes tenían lugar en un comedor adosado a la tumba misma, otras en el hogar de la familia. Se creía que los espíritus de los muertos prestaban atención a estos acontecimientos festivos y disfrutaban con ellos.
Había también algunas personas que creían en un mundo de ultratumba donde los malos sufrían castigos por las malas acciones cometidas durante su vida y donde los buenos vivían dichosos eternamente. Se contaban relatos sobre el castigo sufrido por malhechores famosos como el malvado Titio, a quien unos buitres le desgarraban a picotazos el hígado, y el de las hijas de Dánao (las Danaides), que fueron condenadas a echar eternamente agua en unas ánforas que no tenían fondo.
Las personas que no creían en alguna forma de vida después de la muerte eran pocas. Eran los seguidores de un filósofo griego llamado Epicuro, que enseñaba que, cuando alguien moría, el espíritu que le daba vida se disolvía en el aire y se perdía para siempre. Los hombres, por tanto, no tenían por qué temer el mundo del más allá, y podían dedicar todas sus fuerzas a sacar el mejor partido de éste. 

El ritual de un entierro romano

El entierro de un romano de elevada condición económica y social sse caracterizaba por la solemnidad del ritual. Delante de la comitiva fúnebre (pompa), iban los esclavos tocando flautas, trompas y trompetas, los portadores de antorchas, las plañideras profesionales, los bailarines y los mimos.
Ceremonia de un entierro
"Cuando se ha retirado el cadáver de la casa, se le conduce hacia el foro con los restantes ornamentos, delante de la tribuna, permaneciendo todos los asistentes alrededor; si el difunto deja un hijo mayor de edad y se encuentra presente, éste, y si no, algún otro pariente, sube a la tribuna y habla de las virtudes del fallecido y de las gestas que llevó a cabo en vida. Después de este acto entierran el cadáver y, cuando han cumplido los ritos habituales, colocan una estatua del difunto en un lugar visible de la casa, en una hornacina de madera.
En las festividades públicas exponen las imágenes cuidadosa-mente colocadas. Cuando muere algún otro familiar ilustre, también las sacan en el entierro y las colocan encima del rostro de personas que se les parezcan en estatura y en el físico y son conducidos sobre carros precedidos de los haces, las hachas y las demás insignias que les solían acompañar en vida, de acuerdo con la categoría de cada uno y con su actividad política."
Junto a la tumba situada en una de las vías que conducían a la ciudad, tal como mandaba la ley, se incineraba el cadáver. Sobre la pira se colocaba el muerto dentro de su ataúd. Los familiares y los amigos ponían en él los objetos que habían sido del agrado del difunto; le abrían y cerraban los ojos por última vez, le daban un beso de despedida y un pariente o amigo encendía la pira, adornada con flores y recipientes de perfume.
En los cementerios de las grandes ciudades, solía haber un horno crematorio qu facilitaba las tareas de la incineración. Cuando las llamas se extinguían, las brasas eran apagadas con vino, y los huesos que quedaban se recogían, se untaban con ungüentos perfumados y eran depositados, juntamente con las cenizas, en una urna funeraria. Las urnas funerarias eran unos recipientes con tapadera, de diversas formas y materiales (de plata, plomo, vidrio, cerámica, etc.)         
Diferentes tipos de enterramientos de los romanos
Sobre la vida de ultratumba, los romanos tenían unas creencias que coincidían en gran parte con las de los griegos.
Hasta el siglo II de nuestra era, en que se generalizó la inhumación de los cadáveres, la forma de enterramiento más usual fue la incineración. De hecho las dos formas coexistían, pero generalmente la inhumación era reservada a la gente pobre y los esclavos, mientras que la incineración estaba reservada a los miembros de familias nobles o acomodadas.

Incineración e inhumación
"Me parece que el tipo de sepultura más antiguo es aquél en que el cuerpo retorna a la tierra y, después de ser depositado ahí, es cubierto por ella como si fuera un manto maternal. Sabemos que la estirpe de los Cornelios usó este tipo de sepultura hasta hace poco. Sula, después de su victoria, mandó que fueran esparcidos los restos mortales de Gayo Mario que estaba sepultado junto al río Anio. Y no sé yo si porque temía que lo mismo le sucediera a su cuerpo, lo cierto es que él fue el primero de los patricios Cornelios en ser incinerado.
La Ley de las Doce Tablas dice: 'Que no se entierre ni se incinere un hombre muerto dentro de la ciudad'. Creo que esto último es a causa del peligro de incendio."
CICERÓN, Las Leyes, 2, 22-23
Las tumbas más lujosas eran sepulcros monumentales, o mausoleos en forma de templo,  de torre o de casa.  Las  tumbas más modestas eran las fosas comunes, las individuales y los columbarios. Encima de las fosas individuales podía haber diversos tipos de monumentos funerarios:
  • una estela o una piedra con el nombre del difunto;
  • un pedestal con la dedicatoria correspondiente;
  • un ara en cuyo interior se guardaba la urna funeraria;
·         una copa de piedra en forma de baúl o hecha de tejas cubiertas de mortero imitando la misma forma. A veces, un agujero en el exterior del sepulcro comunicaba con la cavidad interior y se utilizaba para echar ofrendas que simbólicamente consumía el difunto.
Los columbarios eran criptas excavadas en la piedra viva, o construidas de obra, en cuyo interior había nichos u hornacinas parecidos a los nidos de un palomar. Ahí se colocaban las urnas cinerarias.
A principios del siglo II d.C., la incineración de los cadáveres fue progresivamente sustituida por la inhumación. Esto hizo que, en lugar de utilizar urnas funerarias, se extendiera la costumbre de enterrar a los muertos en cajas de madera o de piedra, de las que derivaron los sarcófagos esculpidos que, por otro lado, ya se conocían en el área del mundo helenístico y en Etruria. Los sarcófagos normalmente formaban parte de monumentos funerarios, construidos junto a las vías romanas.
Los temas de su decoración se referían simbólicamente a la muerte, que era interpretada como una violación o un rapto que sufre la vida. Más adelante, esta decoración se redujo hsta generalizarse unos surcos ondulados (strigiles) por toda su superficie. De aquí proviene el nombre de sarcófagos estrigilados. Con la implantación del cristianismo, juntamente con la técnica anterior, se incorporan a los sarcófagos relieves con escenas inspiradas en la Biblia o en los Evangelios.
Otras formas de enterramiento más modestas y sencillas pueden sustituir a los sarcófagos; por ejemplo, las cajas hechas con losas de pizarra, con tejas usadas o con ánforas reutilizadas. Los enterramientos hechos con tejas formaban una caja de sección triangular. Las tegulae, o tejas planas con los bordes levantados,  estaban unidas mediante imbrices, o tejas acanaladas, para evitar filtraciones por las junturas de las tejas planas. Las sepulturas hechas con ánforas, a las que se les rompía el cuello, eran usadas especialmente para los cadáveres de niños. Si se empleaban para guardar los restos de adultos, tenían que incrustarse varias de ellas, unas con otras, hasta conseguir la longitud necesaria del cadáver que había que sepultar.

Las inscripciones funerarias de los romanos
Muchas de las inscripciones funerarias de los romanos empezaban con una invocación a los dioses Manes, o espíritus de los muertos. Efectivamente, en muchísimas inscripciones se encuentra la abreviatura D.M.S., es decir, Dis Manibus Sacrum ("Consagrado a los Dioses Manes"). Es raro que figure el día de la muerte, pero acostumbra a indicarse la edad del finado, a veces incluso con especificación de los meses y los días. Además del nombre del difunto suele aparecer el nombre del familiar que encarga la lápida. Casi siempre se encuentra una expresión afectuosa para con el difunto: queridísimo, benemérito, etc. Jamás aparecen los deseos de la persona enterrada, hecho que demuestra la poca fe que tenían en una vida futura. Normalmente están grabadas las iniciales H.S.E., -Hic Situs Est- ("aquí está enterrado"), o S.T.T.L., -Sit Tibi Terra Levis- ("que la tierra te sea leve").
El hecho de que incluso las personas más humildes deseasen poseer una sepultura y unas exequias dignas provocó, en todo el imperio, la aparición de asociaciones que tenían como fin primordial recoger un fondo común a base de pequeñas cuotas mensuales para sufragar los gastos del entierro y de los funerales de cada asociado.
El respeto Egipcio a la muerte esta dirigido principalmente por los deseos de los distintos faraones, ya que todos buscaban construir edificaciones que perduraran a lo largo del tiempo y pasaran a la posteridad.
Esta es la principal razón por la utilizaban piedras para sus construcciones.
Los edificios más significativos fueron los templos, donde se honraba a los dioses y las tumbas, donde se guardaba la memoria de los difuntos. Los templos son construidos por los faraones para sus eternos padres. Existen varios tipos pero siempre se elige como característico el templo de Konsu en Karnak.
Los arquitectos egipcios no utilizan la bóveda por lo que se trata de una arquitectura dintelada, creando una característica sensación de estabilidad.
Sus muros eran extraordinariamente anchos y acababan en un talud, disminuyendo su anchura a medida que se elevaban.
Estos edificios están ampliamente decorados bien con elementos vegetales o animales, o bien con jeroglíficos, escenas históricas, etc. La mayoría de estas decoraciones se realizaban en relieve, siendo una de las principales fuentes para el conocimiento de la historia de Egipto.
Antes de acceder al templo, nos encontramos con una larga avenida flanqueada por estatuas de animales divinos, habitualmente esfinges o carneros de Amón.
Dos obeliscos situados delante decoran la fachada. La avenida finaliza ante la fachada del templo llamada pilono, que tiene forma de trapecio y está construida en talud, abriéndose en el centro una puerta de acceso también trapezoidal. El pilono nos permite la entrada a un patio rodeado de columnas por los lados, quedando la zona central a cielo abierto. Su nombre es la sala hipetra. Después se accede a una nueva dependencia con columnas, ahora totalmente cubierta.
Esta sala de columnas se denomina sala hipóstila. Desde este lugar se pasa al sanctasanctórum, un espacio rectangular rodeado de corredores donde se encuentra la estatua del dios.

Las diferentes salas del templo van disminuyendo en altura y en iluminación, manifestándose también una diferenciación social en cada una de ellas.
De esta forma, el pueblo sólo puede acceder hasta los pilonos, mientras que las clases superiores como pueden pasar a la sala hipetra. La familia real tiene acceso a la sala hipóstila y los sacerdotes y el faraón al santuario.
Además de los templos construidos con piedras, se realizaron algunos otros excavados en la roca. Éstos reciben el nombre griego de speos que significa “cueva”. Estos templos se encuentran en Ipsambul, en Nubia.
En las tumbas se aprecia una evolución a lo largo de los diferentes periodos. La primera que se utilizó fue la mastaba, en forma de banco de donde viene su nombre. El enterramiento se realiza en un pozo que tras el sepelio se cierra con tierra. A nivel de suelo nos encontramos la capilla donde se depositan los alimentos, decorada con escenas en relieve o pintura de temática funeraria.
Posteriormente se pasa a la pirámide escalonada, formada por diferentes mastabas superpuestas, siendo la más famosa la de Sanakht.
El siguiente paso lo encontramos en la IV Dinastía, con las pirámides de Kheops, Khefren y Micerino, de perfecta estructura y con la cámara funeraria absolutamente disimulada, aunque esto no evitó los saqueos de épocas posteriores.

Ya en el periodo tebano se renuncia a las grandes edificaciones para construir las tumbas en los acantilados de la región de Abidós. Las puertas de acceso estaban disimuladas al máximo y algunas veces se duplicaban las entradas para evitar los saqueos.
Este tipo de tumba excavada se denomina hipogeo.

Respecto a la escultura egipcia, nos encontramos con una dualidad muy significativa: las estatuas que representan a los dioses y los faraones son tremendamente estáticas, mostrando una absoluta rigidez, lo que se ha venido llamando la ley de la frontalidad. Los brazos están pegados al cuerpo y una de las piernas avanza sin abandonar la rigidez.
Por otro lado, las estatuas de personajes secundarios como los escribas, los funcionarios o los animales están realizados con un naturalismo digno de destacar. Estas estatuas se mueven, creando la sensación de viveza y espontaneidad.
Una de las preferencias del escultor es el relieve, utilizando el bajorrelieve e incluso el hueco relieve. Eluden la perspectiva y representan a la figura de perfil. Las piernas se muestran de perfil, mientras que el torso aparece de frente. En la cara ocurre parecido, el rostro de perfil aunque el ojo se ve de frente.
Los faraones y los dioses son mayores que las demás personas, mostrando una ley de la jerarquía.
Las escenas se suelen desarrollar en filas paralelas aunque a veces se muestran diversos escenarios de manera simultánea. La temática de estos relieves está normalmente relacionada con la vida de ultratumba o con imágenes relacionadas con el difunto, por lo que gracias a estas escenas se puede conocer con mayor facilidad el Egipto antiguo.