En el siguiente escrito nos detendremos en la figura de uno
de los patriarcas del judaísmo, Moisés, uno de los hombres más importantes del
Antiguo Testamento a quién la tradición le considera el promotor del Éxodo y el
padre de la religión judaica y de su ley, que sería conocida como ley mosaica.
Pero, ¿existió realmente o fue una leyenda?, y si existió, ¿en qué época
vivió?. En las siguientes dos entregas intentaremos desvelar un poco de luz en
medio de ese dificultoso misterio que rodea su mito, exponiendo dos líneas
teóricas diferentes, de las cuales resulta una errónea, históricamente,
contando con el Pentateuco, como fuente principal.
Ante la inexistencia de pruebas documentales que, de un modo
rotundo, demuestren o descarten la existencia del Moisés-hombre, la única
solución parece estar en el método. De estos, el más adecuado sería aplicar el
sentido común, es decir, la lógica deductiva que empleaba en todos sus casos el
célebre detective Sherlock Holmes, según lo expresaba las propias palabras del
personaje: “Cuando has eliminado lo imposible, lo que queda, aún cuando parezca
improbable, debe ser la verdad”.
El lector profano de la Biblia deduce que la península del
Sinaí fue residencia temporal de los israelitas en su Éxodo, antes de
instalarse en Canaán, mientras que el creyente, ya sea judío o cristiano, lo
vería como el escenario fundamental de los primeros libros de la historia sagrada.
De este modo, el Gebel Musa o Monte de Moisés, con sus 2.285 m . de altitud, sería
aquel en donde Moisés recibió de la mano de Jehová Las Tablas de la Ley. ¿Pero
fue lo que realmente sucedió?
La Biblia nos refiere al Éxodo de hebreos dirigidos por Moisés,
mientras que sobre las circunstancias no parece testimoniarnos ninguna
información, por lo que se debe recurrir a otras fuentes. Antonio Blanco
Freijeiro, en su artículo: Arqueología en el desierto de Dios (Historia
16, Cuadernillo n° 65, pg. 127), cita una orden emitida por las
autoridades egipcias, que sigue como queda a continuación: “A partir de ahora
[en torno al año 1192 a .
C.] se dan por terminados los permisos de entrada en Tkw [¿_?], por el puesto
de Mernepah, a las estirpes Shasu de Edom que se dirigen a las lagunas de Pitom
de Menerpah en Tkw, para conservarse con vida ellos y sus ganados”.
Este edicto fue una de los muchas pruebas que llevaron a
pensar a ciertos historiadores (al propio Blanco Freijeiro), que la Historia
del Éxodo se remonta a Ramses II (soberano del 1290 al 1224 A .C.), quien empleó
mano barata de pueblos extranjeros -supuestamente hebreos- para la construcción
de las dos ciudades Ramses y Pitom, recurriendo a aquellos que estaban en la
zona del Delta del Nilo. La zona fronteriza del Delta era una región propicia
para que pueblos nómadas, no egipcios, se instalasen sin la necesidad de
penetrar en el propio Egipto, donde tendrían una consideración social muy
inferior a la del egipcio. De ahí, que los historiadores encontrasen en esta
circunstancia el contexto de la entrada de José en Egipto, mientras que la
situación de malestar -que predispuso los ánimos para el Éxodo- lo sitúan en la
esclavización de Ramsés II de estos pueblos, para acometer las obras de las dos
ciudades.
Prosiguiendo en el episodio, la Biblia nos narra uno de los
momentos emblemáticos de la andadura israelí por el desierto, el famoso
paso del mar Rojo por el pueblo hebreo y el cierre de las aguas sobre sus
perseguidores. No sabemos cuando se verificó este milagro, pero no deja de ser
curioso como la estrecha franja de tierra que separa el Lago Sibórico (Sabkhet
el Bardawill) del mar Mediterráneo -al norte del Sinaí-, testimonie la pérdida
de varios ejércitos en varias ocasiones. La más conocida sea, quizás, la que se
refiere Estrabón en su Historia: la desaparición del ejército de Tolémaida,
engullido por una ola que arrastró a una parte de su contingente.
Este inicio, útil para situarnos geográfica e
históricamente, nos sirve de introdución a la hora de empezar a plantearnos las
principales cuestiones que iremos desgranando, lentamente, a lo largo de las
siguientes páginas.
El mito del nacimiento del héroe.
El nacimiento de Moisés habría que relacionarlo con el
"nacimiento mítico de los héroes", de los que encontramos modelos
entre todas las civilizaciones. El héroe es hijo de padresilustrísimos,
generalmente de reyes. Su concepción está precedida de dificultades y durante
el embarazo o antes, se da el fenómeno del anuncio, que suele representarse en
un sueño, un oráculo, etc. como advertencia de su nacimiento, como vemos, en
este caso, en la figura del faraón. En consecuencias, el niño está condenado y
debe huir o quedar abandonado. Luego, es reconocido, alcanzando la gloria y
grandeza. El más antiguo de los casos históricos a quienes se le vincula este
mito natal, es el de Sargón de Ágade, a quien se le atribuye la fundación de
Babilonia. También encontramos otros ejemplos entre Ciro, Rómulo y Remo, e
incluso en la figura de Cristo. Del mismo que encontramos modelos entre
personajes sacados de leyendas o de historias populares, como el de Edipo,
Perseo, Hércules o Gilgamesh.
Su nacimiento está totalmente contrastado en la historia
mítica, con el inconfundible abandono en una caja en el río. Y la fábula continúa
con la denominada "historia familiar". Aquí encontramos las distintas
modificaciones del carácter efectivo del niño con respecto a sus progenitores,
especialmente con el padre. Los primeros Alos de la niñez están marcados por la
alta influencia del padre, como vemos en la figura del faraón. Y la idea de su
supervivencia, pese a violentos poderes antagónicos, es igualmente la
presentación de una historia posterior, la de Jesucristo, en donde el faraón
que intenta acabar con él, asume el papel del rey Herodes.
También, otra parte del mito del origen del héroe, que puede
verse en la figura de Moisés, es la separación entre la "familia"
noble y la humilde del personaje. En la versión típica del niño, este nace en
el seno noble, casi siempre real. Pero luego, aparece, inconfundiblemente
la cara humilde de la historia, la que se ha interesado dar de sus padres. El
contraste social de las dos familias permite al mito cumplir una función
particular cuando se tratan de personajes históricos. En efecto, ofrece al héroe
de un derecho que le lleva a encumbrarlo, a destacarse de la multitud. Por eso,
considero que si Moisés, existió realmente, este fue un advenedizo, pero
considerado como descendiente de un faraón, por su leyenda.
En la perspectiva mitológica de las dos familias, estas se
diferencian en una noble y en otra humilde, pero en el plano de la realidad,
una de ellas era auténtica, mientras otra, ficticia. La verdadera sería en la
familia donde nació y se crió, mientras que la otra, sería inventada, con el propósito
de configurar los fines de su "misión".
Pero, quizás nos interese más la historia de un mito
egipcio, Shinué, personaje que, aunque la gran mayoría lo relaciona con el
escritor Mika Waltari, comparte muy poco con el del novelista finlandés; tan
sólo, el nombre y la patria. Sin embargo, las aventuras de Sinuhé nos
lleva inevitable al del otro fugitivo de Egipto: Moisés. En ellos, se dan
importantes paralelismos. Sinuhé recorre Siria hasta que Amunenshi, príncipe
del país de Retenu (región al norte de Palestina), le ofrece su hospitalidad.
Este le relata las causas de la huída y cómo había conseguido llegar, por los
designios de Dios. La inspiración divina sería una de las constantes en ambos
personajes, como vemos en el siguiente elogio al rey de Egipto, muy similar al
de Moisés con Yahwéh, e incluso en sus atributos:
Es un dios sin igual,
semejante a él no ha existido ninguno,
es un maestro de sabiduría, sus designios son perfectos.
[Dios Todopododeroso, diría la versión hebrea.]
Un batallador inigualable
Cuando se le ve alzarse contra los extranjeros
[Jehová, Señor de los Ejércitos]
¡Se alegra el país del cual se ha hecho señor!
[Dios de Israel]
Sobre el nombre "Moisés".
¿De qué raíz lingüística parte el nombre
"Moisés"?. Tradicionalmente, se le atribuye un origen hebreo, pero
las últimas opiniones se desbancan por uno egipcio. El nombre hebreo sería Mosheh,
que según vemos en el libro de El Éxodo, quiere decir "a quien saqué de
las aguas"; sin embargo, la explicación me resulta insuficiente, por su
evidente relación con uno de los mitos más repetidos en la historia. Por eso,
considero una mayor vinculación con el léxico egipcio, en el que
encontramos una semejanza curiosa: el término "mose," en egipcio,
significa "niño". Veamos, para el caso, el parecido que existe
con nombres de algunos faraones: Thut-mose, del que derivaría Tutmosis; Amon-mose,
convertido en Amosis; y Re-Mes- S-S, en Ramses. La "s"
final es muy posterior, pero no es un rasgo hebreo, sino griego. Es decir, las
versiones de estos nombres las tenemos de traducciones griegas. ¿Quiere decir
esto que el nombre de Moisés, en su origen, servía de abreviatura de otro
nombre más largo ("hijo de tal"), cayendo en desuso o en el olvido la
segunda parte, por lo cual quedaría "Moisés”?.
Y si esto es cierto, puede entenderse que alguien con nombre
egipcio sea, en realidad, egipcio. Si nos vamos a momentos modernos, podemos
observar como ciertos apellidos se vinculan con su origen de procedencia. Así
nos encontramos con el francés Napoleón Buonaparte, de origen italiano, u otro
caso, aún más claro, en el también italiano, Benjamin Disraeli, como nos
demuestra su apellido. Pero esta relación debía ser, sino imperativa, más
evidente todavía en época antigua. Es bastante razonable, sin embargo, la idea
de que las Sagradas Escrituras negaran todo origen de Moisés fuera del estricto
hebreo; no obstante, la procedencia etimológica de su nombre no es prueba
definitiva de su origen.
¿Hebreo o egipcio?.
Sería extraño pensar que el libertador del pueblo judío y su
legislador, no fuera judío, sino egipcio. Cuando un grupo o una etnia se
levanta e inicia un movimiento, elige a un jefe entre sus propios miembros, y
es poco razonable creer que un egipcio dirigiera a un pueblo extranjero y
culturalmente más pobre, sobre todo si se trata de alguien encumbrado, quizás
un sacerdote o alto funcionario, e incluso un príncipe. Habría que tener en
cuenta, también, el conocido desprecio que existía en la antigüedad hacia los
extranjeros, a quienes consideraban esclavos o servidores de los dioses de su
propia civilización. La idea de que lo civilizado estaba en tu cultura, tu
pueblo, y que todo lo exterior era bárbaro y salvaje.
Por otro lado, encontramos otra dificultad importante. La
tradición le considera como el legislador del pueblo egipcio y el creador de un
nuevo culto, el judaico; tareas, en realidad, demasiado vastas y complejas para
atribuirlas a una sola persona. Además, si vas a imponer una religión a un
pueblo extranjero, ¿no sería lo más normal, basarse en un culto ya conocido y
que le resultase familiar?. Es cierto que los propios judíos debieron tener,
sino oficial, al menos una "religiosidad" reconocida por ellos;
mientras que la religión impuesta por un egipcio sería, por fuerza, la egipcia.
Pero se da un aspecto evidente que niega esta hipótesis, por completo: el total
antagonismo entre ambos cultos. La religión egipcia se caracteriza por su
politeísmo; no hay un sólo dios, sino muchos los que forman su panteón;
mientras que el judaísmo es claramente monoteísta. Un Único y Todopoderoso, del
que además ni es posible tener una imagen suya ni incluso nombrarlo. En el
caso egipcio, ocurre todo lo contrario. Es una gran cadena de divinidades,
completamente representadas en elementos reconocidos por su pueblo, como el
buey de Apis o el halcón, Horus, en donde, incluso, advertimos un orden o
jerarquía. Igualmente, en este culto se observan muestras de ritos o ceremonias
mágicas-religiosas, con importantes himnos o alabanzas a esos dioses. En la
otra, sin embargo, cualquier manifestación mágica estaba prohibida. Así mismo,
cualquier intento de representación plástica de algún ente imaginario o divino
estaba vedado en el culto judaico, mientras que del egipcio conservamos grandes
muestras de este arte. Y por fin, una última diferencia entre ambas religiones
lo encontramos en la llamada "cultura de la muerte". Ninguna
civilización de la antigüedad como la egipcia se preocupó tanto en quitar
importancia a la muerte, a la que consideraban un mero trámite a una existencia
superior; todo lo contrario sucedía con los judíos, quienes no creían en ningún
tipo de inmortalidad.
Nuestro segundo argumento a favor de la
"nacionalidad" egipcia de Moisés ha resultado, como se ha podido
comprobar, un auténtico fracaso, al destacarse el antagonismo entre ambos
cultos. Sin embargo, todavía debemos escarbar más profundamente en este
aspecto, encontrando una excepción a la regla, en la historia de la religión
egipcia, que nos permite continuar en esta misma hipótesis. Aunque es cierto
que no podemos hablar de la religión egipcia, sino de una particularidad en
esa religión.
Nos detenemos ahora en el período de Tell- el- Amarna, en la
dinastía XVIII, cuando un joven soberano decide cambiar el culto y su propio
nombre, y de llamarse Amenhotep IV, pasa a Akhenaton. Es un momento glorioso,
en donde el imperio egipcio se extiende por el norte, hacia Siria y Palestina,
llegando incluso a Mesopotamia, y por el sur, a Nubia (la actual Etiopía). Y
entre sus rarezas religiosas, rompiendo con los principales preceptos del culto
tradicional, encontramos un monoteísmo en la figura del dios Aton, que
sustituía a Amón-Re. Divinidad que aparecía representada en un disco solar,
algo que me ha llevado a pensar que su culto tuvo como origen la escuela de On
(Heliópolis). Sin embargo, según Breasted, en suHistoria de Egipto (pg.
360): "por más evidente que sea el origen heliopolitano de la nueva
religión, no se trataba de un mero culto solar. La palabra Atón era empleada en
lugar de la antigua voz que servía para designar a "dios" y el dios
es claramente distinguido del sol material". El problema del nuevo culto
fue que una vez superada la etapa del propio soberano, sus sucesores se
preocuparon de borrar cualquier manifestación de aquel. Le sucedería un niño de
nueve Alos, gobernando durante una década un faraón tan joven que no podría
hacer nada importante, pero que la Historia le destaca por los grandiosos
restos arqueológicos hallados en su tumba sin profanar; Tutankamon. Sin
embargo, según un cartucho su nombre original era Tutankaton, que significa
"el hijo vivo de Aton". Entonces, ¿fue hijo del anterior Akenaton?.
Si es así, sería un soberano a quien se le presentaba un doble panorama:
seguir, por un lado, el legado cúltico de su padre o retomar la tradición. El
hecho de que apareciese un nuevo cartucho con el nombre Tutankamon, "el
hijo vivo de Amon", desvela que el faraón optó por la segunda posibilidad.
Sin embargo, las ideas de Akhenaton no murieron del todo, sino que resurgieron
en la figura de un hebreo, Moisés, con el dios Jahwéh.
No sólo se borró el culto al alabado Amon, sino que el
monoteísmo trajo consigo una intolerancia religiosa, jamás vista en Egipto.
Pero lo que nos interesa del asunto serían los aspectos introducidos por la nueva
religión. Se venera tan sólo a un Dios Único y Todopoderoso, que no puede ser
representado, salvo por el disco solar; y los templos y sus servicios divinos,
así como cualquier manifestación mágico-taumatúrgica, fueron prohibidos. Esto
promovió un descontento general que llevaría a una respuesta enérgica de los
sacerdotes más fanáticos, y que a su muerte, en torno al 1358 a . Cristo, surgiese un
período de vacío de poder que acabaría cuando el general Haremheb, retomase el
control del país.
Esta relación con el culto de Akhenaton, podría darme una
explicación acertada de esta hipótesis sobre el origen egipcio de Moisés. Es
una posibilidad, a tener en cuenta, que una vez muerto el faraón y destruida su
nueva religión, perdiera este todo su interés por el país que había odiado
tanto a su soberano, de tal modo que buscara, en algún pueblo extranjero, la
forma de crear un "reino" y un nuevo culto, tomado del erradicado
recientemente en Egipto. Y es una posibilidad, que nuestro hombre fuese un
príncipe, porque reuniría las formaciones del sacerdote (como creador de un
culto) y del funcionario (como conductor de su pueblo y legislador).
Una prueba más de esta hipótesis, sobre un origen egipcio
del patriarca hebreo, es la semejanza que existe entre un himno dirigido a Atón
y el salmo 104, que señalando algunos pasajes, quedan del siguiente modo:
Himno al dios Aton Salmo 104
Cuando te pones por el horizonte de occidente, Tu pones
las tinieblas, y es la
La tierra queda en tinieblas como la muerte. noche.
Los leones salen de sus guaridas. En ella corretean
todas las bestias
de la noche.
Los hombres despiertan y se ponen de pie. Sale el
hombre de su hacienda.
Todos se dedican a su trabajo y a su labranza, hasta la
tarde.
¡Cuán muchas son tus obras! ¡Cuán muchas son tus obras,
oh Jehova!
Tu has hecho la tierra a medida de tu deseo. La tierra
está llena de tus beneficios.
Es posible que el salmista que se encargó de escribirlo, se
influyese en el himno de alabanza a Aton, y que debió de pasar a Palestina tras
la caída inmediata de Ankenaton o mientras él todavía gobernase. Lo que ocurre
es que en Egipto los poemas dirigidos a Amon recuerdan a un marcado monoteísmo,
pues se solía considerar la suma de los otros dioses, sin rechazar, con esto,
la individualidad de cada uno de ellos. En himnos de dinastías posteriores, se
puede ver como presentaban a Amon como un dios universal y único, al tomar los
atributos y formas de los demás dioses. Por eso, no es prueba definitiva que un
salmista hebreo se basase en Aton, para referirse a Jehova.
Y si Moisés tomó su culto de la religión egipcia, lo hizo de
la de Akhenaton, la de Aton. Si del mito que tenemos de él, aceptamos algunos
datos, observamos como la relación entre Moisés y Ahkenaton no fue causal sino
muy profunda, llegando a mostrarnos a un personaje noble, quizás, vinculado a
la casa real, e incluso un posible sucesor al trono. Según el historiador
romano Flavio Josefo, en su obra Antigüedades de los judíos, una leyenda
cuenta que Moisés fue un general egipcio que libró una batalla en tierras
etíopes. Pero, a pesar de la cita del autor, no tengo documentación
bibliográfica que apoye este argumento.
Siguiendo esta primera línea teórica, ahora, nos
encontraríamos con un personaje, próximo a Akhenaton, que quizás se llamase Ankmose, Thutmose o
¡quién sabe!. Lo importante es que la segunda parte debía ser - mose;
mientras que Thut o Tut, seguramente fuese un nombre muy común en ese
momento, pues así se llamaban algunos personajes de los que tenemos
información, como por ejemplo, un escultor cuyo taller estaba en Tell- el-
Amarna. Es posible que fuera gobernador de alguna provincia fronteriza, que se
viese relegado a proscrito, cuando los ideales del soberano monoteísta se
fueran al traste. Esto quizás le impulsara a buscar una cierta
"compensación" ya no en Egipto, sino fuera de él; y también es
posible, que para ello, aprovecharía el contacto con alguna tribu semita, con
quien mantuviera relaciones. Esto nos llevaría a pensar que decidiera marcharse
con sus nuevos "aliados", llegando incluso a sentirse uno de ellos, a
quienes les terminaría inculcando su propio culto y una legislación. La dureza
de las leyes que encontramos en el Deuteronomio y en el Éxodo podría explicarse
desde esta perspectiva, por verse en un pueblo extraño y tendente a las
revueltas.
Y si fue un hombre encumbrado, es extraño pensar que se
uniese a un pueblo extranjero sin la compañía de los suyos, sacerdotes,
siervos, escribas, otros funcionarios, que formarían parte de una
"elite", los llamados levitas, que pueden entenderse como loscompañeros de
Moisés. Quizás, partidarios de la antigua doctrina de Atón, que consiguieran
escapar de Egipto. Y es posible que de este grupo, originariamente egipcio,
surgiera la posterior Tribu de Leví.
Pero, ¿estuvieron los hebreos en Egipto?.
Según la Biblia, los israelitas sufrieron un cautiverio de
cuatrocientos treinta años (Éxodo 12,40), teniendo una información acerca de su
fecha aproximada, en Reyes I, en el hecho de que Salomón empezó las obras del
Templo, cuatrocientos ochenta Alos después de la salida de Egipto. Si, según
testimonios diversos, su construcción tuvo lugar en el año 970 a . Cristo, esto deja como
fecha de un posible Moisés en tono al año 1450, y el momento de la llegada a
Egipto, o sea, el del episodio de los los "patriarcas", en el año 1880 a . Cristo. Si estas
fechas fuesen exactas, la salida de Moisés correspondería con la Dinastía
XVIII, pero no con Akenathon, sino con alguien anterior, Tutmosis II, quien
moriría ese mismo año, y por tanto, lejísimo de la Dinastía de los Ramésidas,
que los historiadores y exegetas de la Biblia pretenden situar.
Un detalle inapelable, echa por tierra las anteriores
hipótesis, sin dar esperanzas a poder reanudar estos argumentos. El hecho de
que la historia de El Éxodo bíblico jamás pudo sucederse, por la sencilla razón
de que ¡no había judíos en Egipto!. Si realmente se hubiera dado una
población semita, existirían testimonios de su presencia, restos de la cultura
material que traerían consigo; hubieran aparecido nombrados en inscripciones
egipcias o mencionados en las paredes de alguna tumba. No hay ni un sólo
testimonio arqueológico, ni una sola mención de Israel, con la excepción de una
famosa estela atribuida al faraón Menerpaht, de la dinastía XIX, en donde se
dice que "Israel ha sido vencida". Esto tiene su explicación. Es muy
probable que aquel soberano desconociese por completo la existencia de aquella
"Israel" y que fuese una estratagema del escriba para ensalzar al
faraón. Se solían "inventar" historias de guerras y victorias para
engrandecer la figura de un soberano, siendo una posibilidad que conociese
acerca de algún pueblo llamado de tal forma y que lo decidiera incluir en tal
estela con dichos fines. Sin embargo, la información obtenida de los textos
conservados de las Dinastías XVIII y XIX, presentan un panorama complejo. Así
sabemos que los egipcios llegaron a ocupar Siria y Palestina, territorio al que
llamaban Djahi (luego confundida con Fenicia, la actual Líbano), al menos
hasta la gran época de los Ramésidas. Lo que se completa con una noticia
referida al el año noveno del reinado de Amenhotep II (Abuelo de Akenathon),
cuando el faraón se trajo de esas tierras a unos noventa mil cautivos, entre
los cuales se dice que había más de cien príncipes. (Las cifras puede que sean
algo excesivas, pero puede que posea cierto valor histórico). Sabemos que se
trataban de pueblos nómadas del desierto, básicamente mercaderes; pero lo
interesante del asunto es que aparecieron con el nombre de Apiru o Habiru.
Es razonable su semejanza etimológica con los "hebreos". Este
nombre de "hebreo" aparece una única vez en todo el Antiguo Testamento;
para referirse a Abraham: "Un fugitivo fue y se lo contó a Abran, el
Hebreo"(Gen. 14,13). No obstante, los historiadores lo sitúan por la zona
de Transjordania y no en Israel.
Por otra parte, el Antiguo Testamento y otros textos
fundamentales dentro de la cultura hebrea -como la Cábala - nos ofrecen pistas
bastante interesantes. En un pasaje, nos revela que fue en el Exilio donde
recibieron el alfabeto, la distinción de los meses y el sistema de los ángeles.
Si el alfabeto egipcio se basaba en jeroglíficos, sin ninguna relación con los
signos semíticos; los meses los tomaban por el estado del Nilo, y en su
religión no reconocían a los ángeles; es evidente que no se puede referir a la
civilización egipcia. Entonces, si no salieron de Egipto, ¿qué país era lo
suficientemente poderoso como para poseer una política y una religión tan devastadoras,
capaz de influir en un pueblo como el israelita?.
La verdad mientrad prosigo en investigar mas preguntas surgen.
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