La Semana Santa de las primeras décadas de la centuria
decimonona es, en comparación a la del siglo precedente, distinta en muchos
aspectos. Será menos cargada de ritualismos, más espontánea y popular. En
primer lugar habrá una participación menor de hermandades, algunas existentes
en el siglo pasado a comienzo del XIX se habrán extinguido: la Concepción del
Convento de Regina, la Antigua y Siete Dolores del convento de San Pablo, la
del Santísimo Cristo de San Agustín, la de la Presentación y otras más.; otras
se encontrarán en franca decadencia, como la Hermandad de los Negritos o la
cofradía de las Siete Palabras. Otras, saldrán de penitencia de forma aislada,
tan sólo en contadas. Entre las cofradías que hicieron su estación de
penitencia en mayor número de ocasiones en este primer tercio de siglo cabe
señalar las de Jesús Nazareno, Gran Poder y Esperanza de San Gil y de forma más
continuada las de la Sagrada Mortaja, Exaltación y Expiración de la Merced. Con
motivo de la guerra de la Independencia, las Cofradías pierden sus enseres en
la que brillaba una gran riqueza y calidad artística, imágenes y Hermandades al
extinguirse Iglesias donde estaban radicadas canónicamente, al ser cerradas y
expoliadas por los franceses.
Don José Velázquez y Sánchez, en su libro Anales de Sevilla
de 1800 a
1850, tratando el año 1810, escribe En las solemnidades de la semana mayor hubo
en este año excepcional novedades fáciles de concebir recordando el embarque de
plata y riquezas artísticas del cabildo, fábricas parroquiales, hermandades,
cofradías y comunidades religiosas. En la Catedral faltaron palmas para la
procesión del Domingo de Ramos por la situación de las provincias de Granada y
Murcia que las solían suministrar otros años; utilizándose las ramas de olivo y
haciéndose la procesión por últimas naves, y sin salir por las gradas de la
santa Iglesia, para evitar los continuos alardes de irreverente menosprecio de
los soldados del usurpador, que tenían a gala atravesar las filas sin
descubrirse, provocando el enojo de nuestro pueblo con aquellas insolentes
demostraciones.
No colocándose el Monumento, se puso en el altar del
trascoro, bajo el dosel de la fiesta del Corpus y sobre gradas, la custodia de
la parroquia del Sagrario con el arca de la hermandad del santísimo Sacramento
de San Isidoro, con candeleros de plata y los hacheros de varias parroquias y
conventos extinguidos; rodeándose aquel espacio con las rejas doradas del
ostentoso Monumento.
Por el estado anormal de la población, sojuzgada por las
tropas imperiales mas no conforme con su dominio, ni hubo truenos en la Pasión
y rasgadura de los velos del altar, ni se cantó en Miserere en las noches de
miércoles y jueves santos, cerrándose los templos a la oración.
La escasez de cera contribuyó a disminuir el número
ordinario de luces en los sagrarios de estación de jueves y viernes santos,
reduciendo el Ilmo. Cabildo por esta causa a un cirio de cien libras el enorme
pascual, que se bendice y coloca el sábado santo en la capilla mayor. La corte
se hizo esperar más de media hora el jueves para la procesión al Monumento,
agraciándose con la llave del arca al señor Aranza, comisario regio de
Andalucía.
En cuanto a cofradías de penitencia y de luz, todas habían
acordado no hacer estación; disculpando este acuerdo con motivos plausibles, y
algunos reales que ocultaban el verdadero móvil de su resolución unánime, en
odio al gobierno intruso José Bonaparte, excitada su curiosidad por la
descripción que se le había hecho de las procesiones de Sevilla, indicó a las
autoridades que gustaría de ver algunas, y se previno a todas que deliberasen
en nuevo cabildo sobre el particular, comunicando la determinación a la
Prefectura para lo que procediera; pero a pesar de la intimación sólo tres se
prestaron a la salida en la tarde del viernes santo: la del Prendimiento de
Cristo, de Santa Lucía, la del Gran Poder, de San Lorenzo, y la de las Tres
Necesidades, de su capilla propia al sitio de la carretería. La primera y
tercera llevaron su ordinario cuerpo de nazarenos penitentes, y la segunda
convite de gala y duelo; pero el nuevo rey, que había mostrado afán por estas
procesiones, no salió del Alcázar, aunque ambos cabildos le habían dispuesto
sitios de preferencia en el vestíbulo de las casas consistoriales y en el atrio
de la puerta del Colegio de san Miguel.
En la visita de Sagrarios de la corte se recorrieron los de
la catedral, Salvador, San Miguel, san Vicente y la Magdalena, estando
acordonada la tropa en la estación, y en cada parroquia dejó el tesorero una
limosna de cuantía para los indigentes de las enunciadas collaciones. En 1.811,
tan sólo fueron dos: la de la Entrada en Jerusalén y la de la Quinta Angustia.
Al año siguiente no salió ninguna cofradía. El año 1812 no salieron las
Cofradías, por la presencia de los franceses En 1.813 volvió a recuperarse la
Semana Santa con la estación penitencial de nueve hermandades, contando con una
amplia participación en la Madrugada del Viernes Santo. El Jefe Político de
esta Ciudad D. Tomás Moreno Daoiz, dicta el 27 de marzo de 1820 un Edicto en el
que manda se suprimieran las Cofradías en la madrugada del Viernes Santo y el
que saliesen estas al romper el alba, y que las otras deberían recogerse a las
oraciones, que los cofrades llevasen los rostros descubiertos, sin túnicas ni
capirotes. Con motivo de esta disposición, 1as Hermandades que tenían que
reunirse en la Capilla de las Doncellas en Cabildo de Toma de Horas, no lo
hicieron por negarse a exhibirse por las calles de la manera expuesta. Las
disposiciones del Edicto agravóse el siguiente año de 1821, en el que se
prohibía por las Constituciones las procesiones de Semana Santa. En 1822,
siendo Alcalde de la Ciudad D. Feliz Marín Hidalgo, dio a conocer a las
Hermandades, que por Orden Superior, estas no podían salir si no acataban lo
ordenado y vigente de 1820. Estas Corporaciones se reunieron y como no se
ponían de acuerdo, invitaron a Fr. Juan Mateo Sánchez del Convento de San
Antonio, para que predicase un sermón de Pasión, verificándolo el 31 de Marzo,
Domingo de Ramos, en la Parroquia de San Miguel. De esta manera, siguieron las
Hermandades en años sucesivos, sin hacer estación de penitencia, hasta el año 1828 que volvió a renacer la calma política.
Un acontecimiento relevante tiene lugar en 1830 en que viene
por primera vez al Templo Metropolitano una Cofradía de Triana, la de la
Hermandad de Ntra. Sra. de la O, que hasta entonces hacía estación de
penitencia a la Real Parroquia de la “Señá Santana”. Y en 1851 pasan por última
vez las Cofradías de Triana por el puente de Barcas, que lo haría la de Ntra.
Sra. de la Esperanza, ya que al siguiente estaría abierto el nuevo de hierro,
aunque no lo utilizarían, por no haber hecho estación ninguna de las de este
populoso barrio. Las políticas desamortizadoras y de exclaustración, la propia
política convulsiva general del país, mantienen a nuestras Cofradías en un
clima de postración, que sólo se verán renacer a partir de la segunda mitad del
siglo XIX.
En el año 1831 año sale solamente una sola Cofradía en
estación de penitencia a la Catedral, la de la Hdad. de la Amargura, con sus
cofrades vestidos de traje de serio. Se suprimen en 1835 los Tribunales o
“palquillos”que, desde 1777, se colocaban en los cruces de las calles de
Cerrajería y Entrecárceles, con la de Sierpes. Hasta 1843 el Cabildo de Toma de
Horas se celebraba en la Capilla de las Doncellas, de la Catedral, pero ante el
bullicio y las discusiones entre los representantes de las Hermandades de
Pasión y de las Tres Caídas, de San Isidoro, en años anteriores, se trasladó su
Asamblea a la Sala del Antecabildo. Hasta el año1879, el Cabildo de Toma de
Horas, se celebraba el Martes Santo. Al año siguiente se fija asimismo la
celebración del Cabildo de Toma de Horas, a la víspera del Sábado de Pasión. La
llegada y estancia de los Duques de Montpensier en mayo de 1.848 vino a
potenciar e imprimir nuevos aires a la Semana Santa. Desde su llegada a la
capital andaluza aparecerán ya los primeros síntomas indicativos del cambio que
se operará a diversos niveles en Sevilla. Casi al año de residir los Duques en
nuestra ciudad, serán recibidos como hermanos protectores por la hermandad del
Gran Poder y dos años después por las de la Quinta Angustia, Carretería y
Montserrat.
En 1849 se acuerda por todas las Cofradías salir en esta
Semana Santa sin Bandas de Música, por el excesivo precio que pedían por su
asistencia a las procesiones. En 1850 salen por vez primera Cofradías en la
tarde del Lunes Santo, la de la Hermandad de la Amargura. Durante los años de
la Restauración hasta la primera década del siglo XX, nuestras Hermandades, aunque
a duras penas, conocen un período de auge que confirman los precedentes
favorables iniciados en décadas anteriores.
En 1.865 el periódico El Provenir, en su crónica del Domingo
de Ramos estimaba que más de 40.000 extranjeros habían llegado a nuestra
capital para pasar estos días de Semana Santa. Con el establecimiento de las
Juntas Revolucionarias en la Nación, se pierden muchas Cofradías y enseres
procesionales. Desde la Semana Santa de 1869 viene el origen de las
subvenciones a las Cofradías. Enterado el Gobierno de la Nación, que en Sevilla
no saldrían las procesiones de penitencia y entendiendo que sería un mal local,
mandó al Gobernador una orden terminante para que salieran las mismas, costase
lo que costase. Formó dicha autoridad civil, una Comisión y dando cargo de todo
al Sacristán de San Pablo (Magdalena), Joaquín Santa Cruz, quién se entendió a
su vez con los Mayordomos de las Cofradías, para entregarles las cantidades que
pedían y poder sacar los pasos a las calles
Salen en este año de 1873, solo tres Cofradías, ante los
disturbios de las luchas de los Cantonales, y que fueron las Hermandades de las
Siete Palabras, Azotes y Columna y la de la Sentencia. Se colocan en esta
Semana Santa de 1874 por primera vez, los palcos en la Plaza de San Francisco,
debido a la iniciativa del Alcalde de la Ciudad D. José M. Ibarra. Antes solo
se colocaban sillas que se alquilaban, para sacar fondos para las Hermandades.
Tres años después se constata la presencia a las procesiones de Semana Santa
desde los palcos de la Plaza de San Francisco de S. M. el Rey Don Alfonso XII y
su Egregia familia, como asimismo en la tarde del Viernes Santo, acompaña desde
este lugar a la Catedral la procesión del Santo Entierro, esta augusta familia.
El Martes Santo se inaugura por primera vez en 1875: con la
Hermandad de la Sagrada Lanzada, repitiéndolo asimismo esta corporación en los
años 1876 y 1877. A
causa del hundimiento del cimborrio de la Catedral en 1889 y por estar este
templo en obras, las Cofradías no entran en su sagrado recinto, colocándose
delante de la puerta principal un altar portátil, ante el cual pasan las
procesiones.
El siglo concluye con un nuevo reconocimiento oficial. La
Sgda. Congregación de Indulgencias dio con esta fecha 25 de agosto de 1897 la
siguiente definición que admitió el Código vigente de derecho canónico (Can.
707) Cofradías o Hermandades son aquellas Asociaciones de fieles, principalmente
seglares, canónicamente instituidas y gobernadas por el superior eclesiástico
competente para promover la vida cristiana por medio de especiales obras
buenas, ya de culto divino, ya de caridad para con el prójimo constituidas con
cierta jerarquía interior a modo de cuerpo orgánico, con hábito propio
(Pastoral C Segura 7-3-1938).