Por una Real Provisión de fecha de 4 de Febrero de 1623, y
publicada en Sevilla por el Asistente Fernando Ramírez Fariña el 29 de Marzo,
ordenando una reducción de las cofradías a una cifra más razonable y controlable,
se agregan o reducen a una cofradía otras. Se redujeron a 16 las 31 cofradías
de Sevilla, a las cinco de Triana no les afecta la Reducción ya que hacían
estación a Santa Ana. Esta reducción tuvo poco efecto temporal. De hecho,
muchas nunca perdieron totalmente su autonomía, de ahí que poco después
volvieran a recobrar su primitiva naturaleza.
En su obra, de 1630, el Abad Sánchez Gordillo, hace una
llamada de atención sobre ciertas innovaciones que se iban introduciendo en los
desfiles penitenciales que, a su juicio, hacían perder la seriedad de los
mismos, y reivindica la vuelta a los orígenes fundacionales Y es de advertir
que nuestros mayores, cuando fundaron las cofradías y estaciones, conocieron el
fin de devoción para que las instituían y de qué modo lo habían de representar
y mover con ello. Y si en algo tomaron buen acierto, no será de creer que
quisieran apartarse del fin que pretendieron.
Las Cofradías, a partir de estas fechas, se irán olvidando y
separando paulatinamente de los fundamentos para las que fueron creadas: la
penitencia pública y la caridad fraternal
SIGLOS XVII Y XVIII
Frente a los deseos de la jerarquía de mantener una Semana
Santa recogida y austera, las cuatro primeras décadas del siglo XVII suponen un
aumento de la grandiosidad y lujo de la estación penitencial. Atrás quedaron ya
aquellos cortejos del siglo XVI, que en su estación penitencial portaban un
simple crucifijo llevado por un clérigo y los flagelantes o hermanos de sangre
azotándose, tan sólo iluminados por los hachones o cirios que portaban algunos
hermanos de luz que iluminaban el tétrico cortejo.
Las cofradías aumentaron sus insignias y el lujo de las
mismas, fomentando el boato de las procesiones, enriqueciéndolas con artísticas
Imágenes y pasos, que sustituyen a las pequeñas andas que se utilizaban hasta
esas fechas, apareciendo el palio o doseles cubriendo a las Vírgenes. Pero la gravísima crisis de 1649, epidemia que
diezmó la población, produjo cambios en la mentalidad y espíritu de la época.
Las Cofradías buscan y recuperan su práctica de vida interior y su religiosidad
se manifiesta según las fórmulas tradicionales que le llegan más hondo: el
culto a Dios y a María por medio de las Imágenes devocionales titulares de las
Hermandades. Son tiempos de auge para las mismas, pues el pueblo se refugia en
ellas ante la adversidad de las circunstancias.
Las Hermandades se esforzaron en el ejercicio de la caridad,
en el socorro a los necesitados y entierro de los muertos en cumplimiento de lo
que mandan sus Reglas. En muchas ocasiones los cadáveres quedaban abandonados
por el temor al contagio o por falta de brazos para darles cristiana sepultura,
las Hermandades, tanto asistenciales como penitenciales, aseguraban que esto no
ocurriera a sus cofrades.
La peste de 1649 y otras calamidades afectó seriamente a la
población e hizo estragos en el número de cofrades de nuestras Hermandades
pero, por otra parte, afianzó la necesidad y utilidad de las mismas ofreciendo
Piedad ante la Soledad y el Dolor. Poca mudanza se produciría en las Cofradías
en esta segunda mitad del siglo XVII. Fundadas y organizadas en el siglo
anterior, se encuentran en un período de consolidación y vitalidad... se ve en
todas las de estos días, una de las mayores grandezas de Sevilla, en la
cantidad de cera, en lo lucido de estandartes, guiones y banderolas, en la
plata de insignias y varas, en lo rico de los pasos a que con muchos grados no
es comparable lo que se hace en cualquiera otra ciudad de España. Y en que
siendo en la cristiana devoción que las fomenta igual en todas el fruto de la
devoción.
El siglo ilustrado, el XVIII, no ve con buenos ojos la
existencia de las Cofradías, ni siquiera el clero, que las había utilizado como
elemento evangelizador, comprende y desea convivir con las Hermandades. La
práctica de la disciplina se había desvirtuado de tal forma que llegó a
convertirse en una manifestación ostentosa, más destinada a demostrar la
virilidad del practicante que a purgar sus pecados.
Como ocurriera en 1.675, el Consejo de Castilla dispuso en
toda la nación que en las procesiones de disciplinantes se llevase el rostro
descubierto por unos graves abusos cometidos por cofradías de Madrid. Ahora
vuelven a surgir nuevos desórdenes y la reacción de las autoridades civiles y
eclesiásticas se hacen más severa que en ocasiones anteriores. Por Real Orden
del Consejo de Castilla se comunicará la prohibición de que salieran penitentes
en las procesiones de Semana Santa, así como el uso de antifaces, ropones,
además de cruces, bocinas, cestillo o canastillas, permitiéndose tan solo el
empleo de cera encendida y debiendo de ir los cofrades descubiertos con sus
trajes de calles. En octubre de 1.717 la cofradía de la Santa Cruz en Jerusalén
solicitará que se le permita llevar en su estación a sus hermanos vestidos de
nazarenos, con cruces penitenciales, bocinas y todas las demás insignias. Al
año siguiente recibirá Real Cédula del Supremo por la que se accedía a sus
súplicas. Un año después la Hermandad acordó salir a las dos de la madrugada del
Viernes Santo, pues ninguna otra hermandad tiene permiso para salir de noche y
menos con las caras tapadas. Sin embargo, no les fue permitido que figuraran
con cruces al hombro.
Las demás cofradías, al conocer lo ocurrido con la Hermandad
de Jesús Nazareno, emprendieron gestiones en Madrid que en 1.727 dieron sus
frutos. Se establecieron con ello las bases para una nueva ordenación de la
Semana Santa sevillana. Por virtud de las disposiciones recién promulgadas
quedó ratificada la prohibición de procesiones nocturnas, con la salvedad ya
aludida de la cofradía de los Nazarenos; se autorizó el uso de túnicas, pero
sin el antifaz, debiendo llevar todos los cofrades el rostro descubierto. En
1.764 las cofradías regresan a los moldes tradiciones, a incorporar en sus
filas disciplinantes de todo tipo y nazarenos con el rostro descubierto,
desentendiéndose de las normativas vigentes establecidas a principio de siglo. El
desagrado por las Cofradías es compartido por otros sectores de la población.
Los ilustrados pretenderán acabar con ellas como una muestra del retraso y
superstición de los siglos anteriores. Aquellos afanes por modernizar el país a
partir de los principios de la Ilustración que guían la política de Carlos III,
no fueron comprendidos por la inmensa mayoría de la población. Es también
cierto que aquellos gobernantes, imbuidos ciegamente de los principios,
actuaron con excesivo engreimiento, sin intentar entender el arraigo que tenían
algunas instituciones y creencias en el pueblo. Sólo en el Reino de Sevilla
había 426 Hermandades, 374 Cofradías, 50 Congregaciones y 21 Órdenes Terceras.
La asistencia de don Pablo de Olavide en Sevilla (1767-1779)
marca el momento de aplicación de esta política ilustrada en la ciudad. Quizás
la relación entre Sevilla y Olavide sea uno de los casos de incomprensión más
agudos de la Historia entre una población y sus gobernantes. Recién llegado a
Sevilla se propone establecer un hospicio en el antiguo colegio jesuita de San
Hermenegildo y aplicar a su mantenimiento las rentas de las Hermandades y
Cofradías. Esta idea es el resultado de la aplicación de la política de Carlos
III hacia las Cofradías. Don Cayetano Cuadrillero, obispo de Ciudad Rodrigo,
había elevado en junio de 1768 una propuesta al monarca para suprimir las Hermandades,
a las que acusaba de ser la causa de la pobreza del país por los excesivos
gastos que hacían. Ataca aquellas manifestaciones que más atraen al público y
en las que existe una mayor participación, cual es el caso de las Cofradías. Basándose
en lo preceptuado por Niño de Guevara, Olavide en 1768 prohíbe el tránsito de
Cofradías desde el anochecer al amanecer; el cardenal Solís promulga un Edicto
recordando la compostura y la decencia que deben regir la estación, túnicas,
música, demandas y la obligación de ir con el rostro descubierto, exceptuando
los penitentes de sangre.
Juan de Santa María, Asistente en funciones por ausencia de
Olavide, ordena cumplir la Real Cédula de 20 de febrero de 1777 por la que se
prohíben los disciplinantes, empalados u otros espectáculos semejantes en las
Cofradías de Semana Santa, Cruz de Mayo y Rogativas. Igualmente manda. Hago
saber a todos los vecinos de esta Ciudad, Triana y sus arrabales, de cualquier
clase, calidad o condición que sean, que habiendo llegando a noticias de S.M.
el Rey n.s. el abuso acostumbrado en todo lo más del Reino de haber penitentes
de sangre, y empalados en las procesiones de Semana Santa, Cruz de Mayo y en
algunas otras de Rogativas, cuya penitencia más sirven de indevoción que de
edificación; como también los inconvenientes que traen consigo las Procesiones
de noche con motivo de la concurrencia: Por Real Cédula de S. M. su fecha en el
Retiro a 20 de Febrero de este año se prohíbe y se encarga no se permitan
disciplinantes, empalados, ni otros espectáculos semejantes en las Procesiones
de Semana Santa, Cruz de Mayo, Rogativas, etc. Que no consientan Procesiones de
noche, haciéndose las que fuere costumbre y saliendo a tiempo que estén
recogidas y finalizadas antes de ponerse el sol para evitar los perjuicios que
de lo contrario pueden resultar. Que no se toleren bailes en las Iglesias, sus
atrios y cementerios, ni delante de las imágenes de los santos, sacándolas a
este fin a otro sitio, con el pretexto de celebrar su festividad, darles culto
ofrenda, limosna ni otro alguno, guardándose la reverencia, en los atrios y en
los cementerios el respeto delante de las imágenes la veneración a la Santa
Disciplina y a lo que para su observancia disponen las Leyes del Reino. Al
mismo tiempo, estos mandamientos pretenden reconducir las estaciones
penitenciales y otras fiestas litúrgicas hacia una práctica más institucional,
que abandone su ancestral carácter popular y se plieguen al orden impuesto por
los cánones clericales. El intento no es nuevo ni original, pues lo hubo en
siglos anteriores, ya que la propia Iglesia nunca vio con buenos ojos que estas
Cofradías gozasen de tanta autonomía como su propio origen y constitución les
confería. Lo nuevo de este Edicto es el afán de someterlas al control civil.
Juan de Santa María insiste en que las procesiones y otras ceremonias
religiosas han de someterse a las leyes del Reino, y se imponen duras multas
civiles a aquellas que las incumplan. Mando que ninguna persona de cualquier
clase pueda ponerse traje (sic) de disciplinante, empalado, con grillos o
cadenas, o en otro espectáculo semejante bajo la pena de 20 ducados y 30 días
de cárcel. El proceso de sometimiento a la autoridad civil culmina con un
decreto del Consejo de Castilla publicado el 25 de junio de 1783 que ordena la
desaparición de las Cofradías gremiales, obliga a las de penitencia a redactar
nuevas Reglas y someterlas a la aprobación de dicho Consejo. Todos estos
acontecimientos suponen la existencia de un clima poco propicio y favorable a
las Cofradías según el modelo tradicional.
SIGLO XIX.
El siglo XIX someterá a nuestras Cofradías a una serie de
avatares, circunstancias y situaciones que no acabaron con ellas porque el
arraigo y el espíritu que las alimentaba hizo lo imposible, pero nuestros convecinos
que vivieron en dicho siglo conocieron la decadencia y todo un largo período de
tiempo sin pasos en la calle. Mal empezó este siglo, al igual que los
anteriores. En octubre de 1800 se declara una epidemia del cólera. A esta
situación habría que añadir la falta de subsistencias del primer quinquenio del
siglo que los infelices trabajadores no pueden ganar un miserable jornal y la
carestía de los primeros alimentos hace perecer a los pobres desvalidos.
La escasez, que se prolongó hasta 1807, se fue agravando a
cada paso con una nueva desgracia: las correspondientes dificultades de la
Guerra de la Independencia. El estallido de la Guerra y la ocupación del
ejército francés elevaron a condiciones insostenibles la penuria que se estaba
viviendo, que alcanzaron su cenit con la hambruna de 1812.
A los problemas alimenticios hay que sumar los epidémicos:
1804, 1812, 1817 y 1819 son años de brotes epidémicos que unidos al hambre
multiplicarían las víctimas; por último, y de nuevo, en 1832 y 1833 llegará la
epidemia del cólera. Es la época en que se reducen los cultos de nuestras
Hermandades por falta de estipendios. A finales del siglo XVIII y primeros del
XIX, se admite de nuevo la túnica de nazareno a los cofrades, pudiendo llevar
el rostro cubierto, suprimiéndose la manguilla que llevaban al principio de la
procesión y una campanilla para muñir, empezándose a colocar la Cruz de Guía en
dicha cabeza. Desaparecieron en la mayoría, los demandantes que recorrían las
calles en que pasaba la Cofradía o en su barrio, pidiendo dádivas a los fieles
según nos da noticias de ello Bermejo.
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